Análisis, comentarios y juicios críticos:
1) Realizar un análisis del siguiente fragmento de la genealogía de la moral, en el que se destaque su estructura argumentativa.
La genealogía de la moral (1887)
En esta esfera, es decir, en el derecho de las obligaciones es donde tiene su hogar nativo el mundo de los conceptos morales "culpa" (Schuld), "conciencia", "deber", "santidad del deber", -su comienzo, al igual que el comienzo de todas las cosas grandes en la tierra, ha estado salpicado profunda y largamente con sangre. ¿Y no sería lícito añadir que, en el fondo, aquel mundo no ha vuelto a perder nunca del todo un cierto olor a sangre y a tortura? (ni siquiera en el viejo Kant: el imperativo categórico huele a crueldad... ) Ha sido también aquí donde por vez primera se forjó aquel siniestro y tal vez ya indisociable engranaje de las ideas "culpa y sufrimiento". Preguntemos una vez más: ¿en qué medida puede ser el sufrimiento una compensación de "deudas"? En la medida en que hacer-sufrir produce bienestar en sumo grado, en la medida en que el perjudicado cambiaba el daño, así como el desplacer que éste le producía, por un extraordinario contra-goce: el hacer-sufrir, -una auténtica fiesta, algo que, como hemos dicho, era tanto más estimado cuanto más contradecía al rango y a la posición social del acreedor. Esto lo hemos dicho como una suposición: pues, prescindiendo de que resulta penoso, es difícil llegar a ver el fondo de tales cosas subterráneas; y quien aquí introduce toscamente el concepto de "venganza", más que facilitarse la visión, se la ha ocultado y oscurecido (-la venganza misma, en efecto, remite cabalmente al mismo problema: "¿cómo puede ser una satisfacción el hacer sufrir?"). Repugna, me parece, a la delicadeza y más aún a la tartufería de los mansos animales domésticos (quiero decir, de los hombres modernos, quiero decir, de nosotros) el representarse con toda energía que la crueldad constituye en alto grado la gran alegría festiva de la humanidad más antigua, e incluso se halla añadida como ingrediente a casi todas sus alegrías; el imaginarse que por otro lado su imperiosa necesidad de crueldad se presenta como algo muy ingenuo, muy inocente, y que aquella humanidad establece por principio que precisamente la "maldad desinteresada" (o, para decirlo con Spinoza, la sympathia malevolens [simpatía malévola]) es una propiedad normal del hombre-: ¡y, por tanto, algo a lo que la conciencia dice sí de todo corazón! Un ojo más penetrante podría acaso percibir, aun ahora, bastantes cosas de esa antiquísima y hondísima alegría festiva del hombre; en Más allá del bien y del mal, págs. 117 y ss. (aforismo 197 y ss.), y ya antes en Aurora, págs. 17, 68, 102 (aforismos 18, 77 y 113), yo he apuntado, con dedo cauteloso, hacia la espiritualización y "divinización" siempre crecientes de la crueldad, que atraviesan la historia entera de la cultura superior (y tomadas en un importante sentido incluso la constituyen). En todo caso, no hace aún tanto tiempo que no se sabía imaginar bodas principescas ni fiestas populares de gran estilo en que no hubiese ejecuciones, suplicios, o, por ejemplo, un auto de fe, y tampoco una casa noble en que no hubiese seres sobre los que poder descargar sin escrúpulos la propia maldad y las chanzas crueles (-recuérdese, por ejemplo, a Don Quijote en la corte de la duquesa: hoy leemos el Don Quijote entero con un amargo sabor en la boca, casi con una tortura, pero a su autor y a los contemporáneos del mismo les pareceríamos con ello muy extraños, muy oscuros, -con la mejor conciencia ellos lo leían como el más divertido de los libros y se reían con él casi hasta morir). Ver sufrir produce bienestar; hacer sufrir, más bienestar todavía -ésta es una tesis dura, pero es un axioma antiguo, poderoso, humano-demasiado humano, que, por lo demás, acaso suscribirían ya los monos; pues se cuenta que, en la invención de extrañas crueldades, anuncian ya en gran medida al hombre y, por así decirlo, lo "preludian". Sin crueldad no hay fiesta: así lo enseña la más antigua, la más larga historia del hombre - ¡y también en la pena hay muchos elementos festivos!-
2) Elabora un juicio crítico sobre la interpretación de la figura de Sócrates que realiza Nietzsche en el texto propuesto, perteneciente a su obra "El ocaso de los ídolos", de 1888.
El problema Sócrates
a) Sobre la vida, los más sabios han pronunciado siempre el mismo juicio: "No vale nada." Siempre y sobre todas las cosas, se ha oído en sus labios ese mismo eco lleno de duda, melancolía y cansancio, lleno de resistencia contra la vida: "Vivir significa estar enfermo por una temporada; le debo un gallo a Esculapio por mi curacíón." El mismo Sócrates, un cansado de vivir.
¿Qué se demuestra con esto? En otro tiempo se dijo (sí, se dijo, y bastante fuerte, y antes que nuestros pesimistas): "Aquí en todo caso debe haber algo de verdad." ¿Hemos de decir nosotros lo mismo? ¿Tenemos derecho a decirlo? ¿El consensus sapientium demuestra la verdad? "Aquí, en todo caso, debe haber algo enfermizo." Nosotros respondemos: a estos sapientísimos de todos los tiempos habría que verlos, ante todo, de cerca. ¿Acaso no estaban ellos bien firmes sobre sus piernas? ¿O eran tardos? ¿O temblones? ¿O decadentes? ¿Acaso la sabiduría en la tierra no se parece a un cuervo a quien le entusiasma un poco de olor a carroña?
b) En mí, esta irreverencia de creer que los grandes sabios son tipos de decadencia surgió por primera vez, realmente, en un caso en que a tal irreverencia se opone del modo más absoluto el prejuicio de los doctos y de los indoctos; yo reconocía que Sócrates y Platón son síntomas de decadencia, instrumentos de la descomposición griega, entigriegos (cf. El origen de la tragedia). Aquel consensus sapientium no demuestra en modo alguno que tuviesen razón en las cosas en que estaban de acuerdo; demuestra, antes bien, que aquellos sabihondos tenían en común algún elemento fisiológico que les inducía a tomar posición negativa frente a la vida, a "deberla tomar". Juicios y prejuicios sobre la vida, pro y contra, en último análisis no son nunca verdaderos; tienen el valor de síntomas, y como síntomas deben ser tratados; en sí mismos no son más que estupideces. Es preciso extender la mano y palpar esta sorprendente finesse: el valor de la vida no puede ser apreciado. No puede ser apreciado por nosotros, vivientes, porque un vivo es parte en la causa, objeto de disputa y no juez. Y los muertos tampoco juzgan, ya se sabe. El que un filósofo se plantee el problema del valor de la vida, es ya una objeción contra dicho filósofo, una puesta en duda de su sabiduría, una falta de sabiduría. Pero entonces: ¿es que todos esos sabios no son más que unos decadentes? ¿Es que ni siquiera fueron sabios? Pero quedémonos en el problema de Sócrates.
c) Sócrates era del más bajo origen. Plebe. También se sabe que era horroroso. La fealdad, que para nosotros es ya una objeción, para los griegos era casi una refutación. Y aún podemos preguntar: ¿era Sócrates griego? La fealdad deriva frecuentemente de un cruce o mestizaje. En otros casos, de la decadencia. Los criminalistas antropólogos nos dicen que el delincuente típico es feo: monstrum in fronte, monstrum in animo. Pero los delincuentes ¿son decadentes? ¿Fue Sócrates el delincuente-tipo? Se refiere a que un extranjero que entendía de rostros, pasando por Atenas, dijo a Sócrates cara a cara que era un monstruo, que albergaba dentro de sí los peores vicios e inclinaciones. Sócrates se limitó a responder: "Me conocéis, señor."